Fin del mundo...

Fin del mundo...

martes, 27 de abril de 2010

I. SER AGRADECIDOS (CONTINUACIÓN)

MUESTRATE


El hecho de mostrarse agradecidos no sólo tiene un valor importante en la persona que así actúa, sino que tiene un efecto contagioso en las personas que sean testigos. La persona que recibe la gratitud y la que da las gracias sienten sensaciones positivas de bienestar, paz y tranquilidad, pero las que observan este acontecimiento, de alguna manera, sienten deseos de hacer lo mismo, pues la manera más elemental de aprender es la imitación.
Los niños no aprenden por verbalización sino por imitación de gestos y tonos de voz. Por estos motivos, tanto si das como si recibes, muéstralo con naturalidad, con sencillez, con humildad, pero sin afectación, sin alharacas. No ocultes las acciones positivas porque al igual que la palabra no dicha no existe, el acto no mostrado no deja huella. Aquel antiguo adagio que decía “que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” puede que sea válida para el ascetismo, pero no para la vida en comunidad. El mismo maestro Jesús cuando hizo sus milagros, no los hizo en el ocultamiento, sino rodeado de gente y de discípulos que fueron sus principales propagandistas. Como buen psicólogo que debió ser, eligió tan bien a sus discípulos y el momento y lugar donde realizó sus actos milagrosos, que aún todavía hoy, dos mil años después, se recuerdan con gozo y alegría aquellos actos de bondad. Pero no olvidemos que también dijo, “no deis perlas a los perros”, refiriéndose a los desagradecidos.
Por tanto, deja ver los actos dadivosos que realices y muestra al mundo tu agradecimiento cuando seas el receptor de las dadivas, de esta manera la energía de estos acontecimientos fluirá dentro del ámbito de la conciencia y será copiado por otros.


II. SER AGRADECIDOS. (CONTINUACIÓN)
LA PALABRA

La palabra puede afectar no solo nuestra forma de pensar sino que tiene el poder de alterar la conciencia de las personas. Es notorio observar como las personas depresivas tienen largas conversaciones consigo mismas que solo consiguen agravar su estado mental.
Tenemos tanto miedo al ego que hemos inventado la cortesía para ocultarlo. Cuando la cortesía es expresada sin ego, entramos en una dimensión de realización personal libre de toda afectación, que es buena para nosotros y para cualquier persona que se relacione con nosotros. El ego es un ente que siempre está al acecho; podemos vivir en un estado de alerta continuo y esquivarlo durante algunos instantes, pero siempre regresará al menor descuido, ¡qué cansancio! Por eso, los buscadores de lo que denominan virtud recurren a sistemas heroicos, como la renuncia a la vida social, al ascetismo, o a todo tipo de prácticas extremas que incluyen: dietas, meditaciones, retiros, recitaciones, ejercicios exóticos, etc., a través de los cuales pretenden llegar a un territorio mental donde creen que el ego no puede entrar. El ego entrará siempre.
Sin embargo, podemos situarnos en una posición mental desde la cual el ego y su arma preferida: la palabra, pueden ser transformados como si de alquimia se tratara, de una manera tal que será el propio ego el objeto de observación. En el caso que nos concierne ahora, la palabra, cuidaremos mucho lo que decimos, como lo decimos, y si lo que decimos es coherente con lo que hacemos. El lenguaje debe reflejar las cosas buenas que tenemos e ignorar las negativas.
Cuando sintamos la necesidad de criticar, suprimir, censurar, juzgar o cualquier pensamiento que nos produzca una reacción (emociones como la ira, el orgullo, la violencia, la envidia, etc.), que alteran nuestro estado natural que debe ser de tranquilidad, paz, armonía, ecuanimidad, empatía; es decir, los valores que denominamos positivos, es cuando debemos crear un silencio, una pausa, un momento de vacío acompañado de unas pocas respiraciones profundas y tranquilas. Observaremos la paz que brota desde dentro de nuestro cuerpo durante el instante vacío que se produce entre una inspiración y una espiración. La observación de ese instante es una meditación valiosísima que tiene un poder benefactor de gran intensidad. Es un momento de consciencia. Es en ese instante cuando la mente se limpia de pensamientos egóticos y desde esa posición mental podemos construir un dialogo que antes hemos denominado cortes, pero que en realidad no es más que lo que todos queremos expresar, y que el ego de la sociedad no nos permite mostrar; bondad, dulzura, suavidad, descripción de la realidad sin juicios.
El ego transforma la palabra dulce en amarga, e incluso tiene la habilidad de confundir al meditador experto en sesiones largas y hacerle creer que por ser capaz de estar sentado y meditar durante horas y días, es superior a los demás o que es capaz de ¡batir algún record!
Actualmente hay como una fiebre que infecta a la sociedad moderna, decir frases como, “quiero ser bueno”, “quiero hablar con dulzura”, “deseo crear paz en mi entorno”, “quiero darte las gracias”, son frases que están consideradas antiguas, ñoñas, o fuera del “circuito social”,…No obstante hay una esperanza, es la ley de compensación: “todo lo bueno se transformará en malo y todo lo malo en bueno, y así cíclicamente”.
La gratitud mostrada a través de palabras ecuánimes tiene un fuerte carácter redentor: de algo malo como el sufrimiento, puede llegar a salir algo bueno, como el sentimiento de tener una nueva oportunidad.
La palabra cortés expresada desde la conciencia tiene un gran poder pacificador y las sensaciones que emanan desde ese estado se transmiten contagiando de paz a cualquier observador. Pero cuidado, la palabra tiene tanto poder que puede producir daños y dolor inmenso (recordemos los discursos de Hitler), pero también gracias a la palabra de personas de verbo gentil, cortes y dulce, en una sola frase “gente de palabra amorosa”, el mundo no ha llegado a la degeneración o destrucción total.
En la actualidad estamos en un momento crucial en el que gracias a los poderosos medios audiovisuales la imagen y la palabra se magnifican, retumbando como nunca antes había sucedido en la historia universal. Es el momento para que la palabra y las pausas creen silencios clamorosos que venzan a la plaga de ruido informático. La confusión actual es de tal magnitud, que es suficiente que un volcán escupa un poco de ceniza al aire, para que todo el orgullo egótico moderno quede desvalido y mudo. Llegará un día en el que la naturaleza dejará muda a toda la humanidad y será entonces cuando comprendamos el valor de la palabra justa, y el dulce consciente del silencio armonioso. Pero mientras tanto, que seamos unos cuantos los que usemos la palabra con amor y los silencios para entrever la conciencia.

viernes, 23 de abril de 2010

SER AGRADECIDOS

La tendencia natural del ser humano desde la edad más temprana no camina dentro de la senda del agradecimiento como cualidad positiva natural. El agradecimiento no es ni una virtud moral, ni tampoco una actitud natural que adorna al ser humano, todo lo contrario; es un fenómeno que exige la voluntad de reconocer que uno ha sido beneficiado por la generosidad de otra persona, que el benefactor ha dispensado un beneficio que acarrea algún tipo de coste personal y que el beneficio tiene valor a los ojos del beneficiado. Todo ello no lo regalan la naturaleza, ni los genes, sino que es algo que tiene que "entrenarse" por medio de la voluntad, la constancia, un poco de esfuerzo, y un alto grado de concienciación. Albert Einstein refirió en varias ocasiones que debía recordar diariamente -más de cien veces- que toda su vida y su obra dependían del esfuerzo de otras muchas personas, vivas y ya muertas.

La gratitud supone devolver un bien. Es la sensación que se experimenta cuando somos conscientes de que el favor que recibimos es valioso para nosotros, costoso para el que lo dispensa, dado con buenas intenciones y sin pretensiones de reciprocidad ni obligaciones. La grandeza del que da esta en el "dar", y la del que recibe está en "dar las gracias". Por desgracia, (para ellas), las personas desagradecidas no reconocen el gesto de su benefactor e incluso llegan a creer que este actúa movido por algún tipo de interés.

La gratitud precisa que la persona que recibe el bien reconozca que ha recibido algo bueno para si mismo, y sienta de alguna manera, que debe devolver el favor (con un "gracias" es suficiente). Sin embargo, la persona que no siente la gratitud no solo no reconoce el bien recibido, sino que tampoco percibe el beneficio, y consecuentemente, tampoco siente la necesidad de devolver el favor, ni tan siquiera con un simple "gracias". Peor aún es el caso del ingrato, que incluso encuentra defectos en lo que ha recibido, desconfía de los motivos que han impulsado al benefactor, y puede llegar a devolver un mal por un bien.

Es importante, y bueno para la salud tanto física como mental, que demos las gracias frecuentemente. Al principio, como un ejercicio de reconocimiento, después como algo imprescindible que nos hace sentir muy bien, y más tarde como una "droga" que nos hace sentir los más altos grados de buenas emociones, felicidad y optimismo. Los beneficios del que da las gracias frecuentemente se manifiestan desde afrontar mejor el estrés diario, hasta recuperarse antes de las enfermedades. Sucede todo lo contrario con el ingrato, que se inunda de impulsos destructivos como la envidia, el resentimiento y la amargura. Practicando diariamente el pensamiento agradecido, los beneficios psicológicos, físicos e interpersonales, no son buenos solo para el que lo practica, sino que tiene un efecto contagioso hacia las personas con las que nos relacionamos. Por desgracia, debido a la naturaleza "copiadora" del ser humano, la ingratitud y el "exceso de criticismo", también se contagian, y posiblemente con mayor virulencia.
Pero, no solo se beneficia el que recibe, sino también e, incluso, bastante más el que da. Si atendemos al aspecto espiritual del ser humano: el que da, el que recibe y el propio objeto intercambiado (la dádiva, el favor, limosna, etc.) forman parte de la cadena que une todo lo existente y que siempre tiende hacia el equilibrio.

El que pide actúa de esa manera porque lo necesita, pero, también, el que da actúa así por la profunda necesidad de llenarse vaciándose. Unos se vacían por medio de una pequeña limosna, concediendo un poco de su tiempo o de trabajo social, y, algunos héroes, dan hasta la vida. El paradigma se encuentra en el cristianismo con la figura de Jesús -el redentor que transforma el dolor y la muerte en liberación.

La gratitud es un sentimiento abstracto que no se puede medir ni pesar, por el contrario la ingratitud se manifiesta a través de palabras y hechos que a menudo pretenden herir. Por esto, la gratitud debe ser ampliamente elogiada y la ingratitud ignorada e incluso repudiada. El refranero español lo describe muy bien: "Para el desagradecido, desprecio y olvido". No se quedaban cortos los romanos cuando allá por el siglo IV a C decían: "Lo más detestable que produce la tierra es un hombre desagradecido" (Décimo Magno Ausonio. Poeta).
Las personas agradecidas presentan menos carencias y exhiben una mayor sensación de abundancia, disfrutan más y mejor de los placeres sencillos de la vida, y presentan un grado de empatía que facilita una mejor integración en los diferentes grupos sociales. Como consecuencia, la sensación de bienestar y de plenitud que aparecen después del ejercicio continuo de dar las gracias produce un tipo de persona que simplemente es feliz sintiendo que está viva.
Por todo lo descrito anteriormente, es muy importante en la educación infantil (que es donde se aprende a ser agradecidos) comprender que los niños son por naturaleza desagradecidos y que es una labor ardua y muy larga enseñarles a ser agradecidos. Es el sentido de la envidia lo que conduce en el transcurso de los años a que la persona sea ingrata en la madurez. Si esto no se resuelve, ambos valores negativos acompañaran a la persona durante toda su vida. Son los padres los responsables primeros de que el niño transforme la envidia en comprensión y posteriormente en gratitud, y eso se logra a partir de los siete años, cuando comienza a instaurarse la conciencia. Será entonces cuando los incipientes canales de percepción harán entender al niño que dar crédito a otro puede producir algo positivo en uno mismo. Propongo estas sencillas preguntas que puedes responder en el silencio de esta lectura y sin miedo a que nadie te juzgue. Pero contesta con sinceridad: ¿Cuántas veces al día utilizas la palabra "gracias"? ¿Cuántas veces al cabo del día sientes autentico agradecimiento hacia los demás? ¿Por qué te sientes agradecido? ¿Reconoces el "favor" que te han hecho? ¿Te sientes mejor cuando eres consciente de que has dado las gracias?

Gracias por haber llegado con tu lectura hasta aquí.

Gustavo A. Reque